En un relato de hace veinte siglos, las gentes de Tierra Santa hicieron una pregunta a sus guías que continúa resonando en nuestras mentes.
Salvo por condiciones específicas, la pregunta sigue siendo inquietantemente similar.
Respecto a la paz en el mundo, nuestros antepasados preguntaron : cómo, entonces, podemos traer paz nuestros hermanos,pues queremos que todos los hijos de los hombres compartan las bendiciones del ángel de la paz?
Los maestros esenios respondieron ilustrando el papel del pensamiento, del sentimiento y de la poderosa naturaleza de la oración.
Sus palabras, desafiando nuestra lógica actual, nos recuerdan que la paz es algo más que la simple ausencia de agresión o de guerra.
La paz trasciende el término de un conflicto o una declaración política.
Aunque puede que forcemos el aspecto externo de la paz sobre un pueblo o una nación, es el pensamiento subyacente el que se ha de cambiar para crear una paz auténtica y duradera.
Los maestros esenios, en palabras que, sorprendentemente, suenan muy similares a las budistas y cristianas, respondieron que «tres son las moradas del hijo del hombre.
Su cuerpo, sus pensamientos y sus sentimientos.
Primero el hijo del hombre deberá hallar la paz en su propio cuerpo.
Luego el hijo del hombre deberá buscarla en sus pensamientos.
Por ultimo buscará en sus sentimientos.
Los antepasados nos ofrecieron una elocuente visión de una forma de pensar que nos permite redefinir lo que hemos experimentado fuera recurriendo a aquello en lo que nos hemos convertido interiormente.
Una escuela de medicina, similar en algunos aspectos al sistema de la práctica sanitaria occidental, aporta un cambio al atacar la enfermedad misma.
Según este sistema se eliminan los cuerpos extraños mediante medicamentos, o se extirpan quirúrgicamente los órganos y tejidos que parecen enfermos.
Otra escuela de pensamiento trasciende la expresión externa del aspecto de nuestro cuerpo y va en busca de los factores subyacentes que pueden ser la causa de ese estado, donde las fuerzas invisibles del pensamiento, el sentimiento y la emoción se convierten en el plano que nos ayudará a comprender y cambiar las situaciones de nuestra vida que ya no nos sirven.
Para cambiar las condiciones del mundo exterior, se nos invita que primero las transmutemos desde dentro.
Cuando lo hacemos, las nuevas condiciones de salud o de paz se proyectan en el mundo que nos rodea.
Esto es esencial en el pasaje esenio que he citado.
Para aportar paz a nuestros seres queridos, primero hemos de convertirnos en esa paz.
En el lenguaje de su tiempo, los autores de los manuscritos del mar Muerto incluso nos ofrecen revelaciones de la tecnología que facilita esta sanadora cualidad de la paz: se ha de producir en nuestros pensamientos, sentimientos y cuerpos.
Qué poderoso concepto y cuánta fuerza transmite!.
Cuando comparto en grupo los pasajes de los esenios, observo las caras de las personas desde mi ventajosa situación en la parte frontal del aula.
Al principio el cambio se produce lentamente.
Mientras unas personas sencillamente anotan las palabras en sus cuadernos con pocas muestras de emoción, otras se entusiasman e inmediatamente captan el significado de las antiguas enseñanzas.
Al confirmar ideas actuales con los manuscritos que nos legaron aquellos que siguieron el mismo camino y que buscaban las mismas confirmaciones hace dos mil años, se produce algo mágico.
A través de sus visiones, los esenios ancianos diferenciaban claramente entre emoción, pensamiento y sentimiento.
Aunque el pensamiento y la emoción estén íntimamente relacionados, primero han de ser considerados aparte, y luego fundirse en una unión de sentimiento que se convierte en el lenguaje de creación silencioso.
Las descripciones siguientes de cada experiencia son consignas que nos conducen al núcleo de nuestro perdido modo de orar.
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